20 de febrero de 2007

La Ventana

Vivían en una pequeña ciudad de una isla. La característica de esa isla era que siempre había nubes. Tanto de día como de noche alguna nube se colaba entre los rayos del sol o de la luna. No era un lugar triste, porque siempre había luz. El cielo, cuando era de día, tenía un color celeste intenso con una bola amarilla brillante y como siempre con alguna que otra nube que daba un descanso a los rayos abrasadores.
Ésta era una de esas islas con “microclima”. Lo que quiere decir que siempre se estaba bien, con un clima templado.
La noche no era menos espectacular. El cielo parecía una cúpula azul profundo con miles de puntitos blancos y la luna era la invitada de honor. Su luz era tan fuerte que si se acostumbraban los ojos a la noche, se podía ver casi todo con detalle. Era un espectáculo que sólo saben apreciar en toda su magnitud los que habitan con él. Es como si la noche, que llama al descanso, nos dedicara una melodía visual para relajar nuestra mente y cuerpo para que descansemos mejor.

Peter vivía en dicha isla, la amaba. Poder vivir entre tanta inmensidad lo hacía sentirse libre. Pero como todo ser viviente tenía que volver por las noches a su casa. Su hogar era simple, abarrotado de hermanos, madre, padre, perro, gato, olores frescos y alegría. No era un lugar inmenso, pero tuvo la suerte de tener un espacio propio y apartado que era su habitación.
La casa estaba ubicada en un pueblo, y como pasa en esos pequeños lugares, la próxima casa estaba a unos metros.
Como las casas se habían construido en la misma época, se daba la casualidad que la ventana de su habitación miraba a la ventana de la habitación de la casa contigua.
Peter creció sin mayores noticias en su vida. Pero en la medida que fue creciendo, sus intereses y su mirada se fueron posando en diferentes cosas. Y claro está, en los tiempos de la adolescencia su mirada comenzó a posarse en la ventana de la casa de al lado…

Allí vivía Charlie. Si bien toda la vida habían sido vecinos apenas se habían notado el uno al otro. Cada uno creció con diferentes grupos de amigos.
A diferencia de su vecino Charlie no tenía tantos hermanos. Era más extrovertido, soñador y curioso. Sin embargo, por esas cosas del destino, el bichito de la curiosidad lo picó también y comenzó a tener el mismo hábito que su vecino. Mirar por la ventana.

Eran jóvenes aún y, como en todo pueblo, esto de que a un chico le gustara otro no era lo mejor visto. La gente de la isla no era mala, pero si ni ellos mismos comprendían muy bien lo que les estaba pasando, menos los demás.
Con lo cual los dos lo vivían como una experiencia extraordinaria y muy apasionante. Era una especie de secreto, algo que los impulsaba desde lo más profundo de su ser. Los excitaba, los dejaba ansiosos y su sangre corría como la lava del volcán que tenían en la propia isla donde habitaban. Eran jóvenes y bien parecidos.
Al principio sus miradas fueron tímidas, y el tiempo que pasaban en la ventana muy corto. Pero poco a poco se fueron dando cuenta que a los dos les estaba ocurriendo lo mismo.
En el día, el disimular era algo primordial, con lo cual nadie notó que en la misma isla, allí, oculto frente a sus narices, estaba comenzando esta historia.

A medida que el tiempo pasó, los lapsos que se quedaban prendidos de sus respectivas ventanas se fueron alargando. Hasta que se convirtió en algo inevitable y periódico.
Les costaba mucho esperar que cayera el sol, comer, despedirse de sus familias y huir a sus cuartos a verse por las ventanas. Por precaución y ante la posibilidad que alguien entre y les pregunte que hacían, las ventanas permanecían cerradas, pero ellos desde detrás de los cristales se observaban.
En aquella época no existía la luz eléctrica en la isla, con lo cual nunca faltaba la luz de una vela que permitiera que su vecino pudiese divisar la imagen de su admirador.

El amor nació en cada uno, sus ojos expresaban muchas cosas, sus gestos, el color de piel después de un día soleado, y hasta como se vestían para lucirse frente al otro.

El mirar a través de la ventana era todo un ritual. Lo que para muchos es simplemente ver cómo está el clima para saber que ponerse al salir, para Peter y Charlie se había convertido en lo más importante de su vida.
Si esas ventanas hablaran podrían contar las cosas que vieron pasar, ropa, gestos, dibujos de corazones, una flor que simbólicamente viajaba para ser entregada al otro, bailes, risas, ilusiones, en fin, muchas cosas.

Pero como en toda pareja sucede, las grandes demostraciones de amor pasan al principio para luego dar lugar a las más sutiles y finas. Aquellas que sólo se leen en un minúsculo movimiento de la cara del otro y nos habla de sus sentimientos. Cuando vamos conociendo a la persona que amamos, no solo nos ama con un gran gesto sino que ya un pequeño detalle es símbolo de su amor. Porque cuando conocemos al otro sabemos leer en toda su persona lo que siente. Pero el tiempo no solo trajo amor y conocimiento sino también peleas.

Quizás los que no hayan vivido esta particular historia de amor no la entiendan muy bien, pero así como nació una relación tan íntima y fuerte a través de la ventana, también debemos comprender que nacieron conflictos, aún sin haber vivido un contacto directo.

Lo que resultaba extraño es que sus peleas eran tan intermitentes como las nubes que cubrían la luna al pasar. De golpe Peter estaba mirando a Charlie que a su vez tenía su vela encendida, y cuando pasaba la nube, se oscurecía la noche y Peter lo veía diferente. Notaba cosas en Charlie que no le gustaban para nada. Y lo mismo comenzaba a pasarle a Charlie. Cuando pasaban las nubes notaba otras cosas. De golpe veía actitudes, situaciones, rasgos o cosas que no le llegaban a gustar, y que de hecho, con el tiempo lo enfadaban de sobremanera.
Luego, claro está, una vez que la nube se hubiera ido y la luz de la noche bañaba la isla nuevamente, volvían a verse como antes. Es ahí donde sus ojos reflejaban comprensión, amistad y complicidad, y donde justamente se reconciliaban. Como si lo que hubiera pasado momentos atrás era algo que no volvería a suceder, como si no hubieras sido real.
Pero el clima fue cambiando en el mundo y las nubes en la isla aumentaron. Paradójicamente al haber más y más nubes sus peleas fueron creciendo.
Peter sentía que Charlie se alejaba de su ventana. Lo cual era todo un símbolo en su particular y privado idioma. Por ende él se alejaba más y veía que su vecino lo hacía también. Al vivir esto le daba mucho odio. No lograba entender cómo podía tener este tipo de actitud infantil. Como tenía esa reacción ante una “disputa”.

Charlie, cuando las nubes aparecían, veía que Peter estaba “muy” arreglado, muy joven y muy deseable, cosa que lo hacía pensar que seguramente en el día, cuando no estaban juntos, podía llegar a conocer a alguien y dejara de ver por su ventana en las noches.
Todo esto hacía que cada vez que la luz de la luna no brillase sus peleas y disgustos fueran a mayores.
Peter se convencía a sí mismo de que si Charlie se alejaba él lo haría porque tuvo una vida antes de su ventana y no necesitaba realmente pasar por estas situaciones. Y se convencía de que Charlie tenía un problema por alejarse. A la vez le daba terror, y cuando aparecía la luna, una vez más, se reconciliaba nuevamente con su vecino.

Charlie a su vez, al ver a Peter que se arreglaba y que estaba mejor, él también lo hacía consigo mismo, pero extrañamente cuando esto sucedía, venían las nubes y se encontraba que Peter había hecho lo mismo. Con lo cual parecía un círculo vicioso, yo me arreglo, él se arregla, yo me peino, él se peina. Y con esta paradoja los odios también se acrecentaban.
Peter se preguntaba porque Charlie tendría este miedo tonto a alejarse. ¿Por qué cada vez que me enojo se aleja de repente?
Charlie no entendía la actitud infantil de Peter de querer estar siempre más lindo que él, de ser deseado por otros. ¿No le bastaba con ser más joven?

De esta manera el cambio climático no sólo trajo nubes sino también discusiones, las discusiones pasaron a peleas y las peleas a angustias.

Había noches donde no podían dormir de lo enojados que estaban, otras simplemente cerraban las cortinas de un golpe y se acababa la relación.
Los dos sabían que había algo mal. Bueno, en realidad, suponían que había algo que no funcionaba. En cuanto a las razones, estaban bastante seguros que la culpa de la propia angustia radicaba en el otro. Sobre eso estaban bastante de acuerdo. Era evidente, para cada uno, que el otro era “culpable de los cargos” y que tenía que cambiar “el otro”.

Un buen día después de una pelea muy fuerte y una noche totalmente nublada, decidieron dejar las cortinas cerradas. Así estuvieron un mes entero.
Las noches ya no eran como antes, ni la habitación era igual, ni había mágia en sus vidas. La ventana estaba cerrada como siempre, pero cada uno de ellos estaba completamente solo en su habitación. Y lo peor de todo, es que se sentían solos.
Porque al fin y al cabo… Sus habitaciones eran solo eso… Un lugar para dormir, pero no para vivir. Sus ventanas estuvieron siempre cerradas, y ahora ni siquiera tenían la ilusión de estar acompañados.
Ya no disfrutaban de contar las estrellas juntos, ni pedir deseos con las fugaces, ni comunicarse con gestos como hacían. Simplemente vivían sus aburridas vidas de día, se quedaban con sus familias más tiempo y miraban el techo de su habitación.
Pero como dije antes, esto fue sólo un mes. Ya que el clima siguió cambiando y llego a la isla lo que nunca había pasado antes. Tormenta.
Pero no era sólo una lluvia, sino una tempestad. Esa noche Peter y Charlie estaban en sus cuartos respectivos. Escuchaban los truenos rugir como gigantes enajenados para asustarlos. El viento ululaba y los rayos caían por toda la isla. Y así como la tormenta crecía lo hacía su sensación de soledad y miedo.
A la vez, como si estuvieran comunicados a través de sus corazones espiaron por entre sus cortinas. La noche estaba muy oscura, apenas se veía.
Corrieron las cortinas y vieron, se vieron mutuamente. Pero nuevamente se encontraron los mismos problemas en tanta oscuridad. Tanto uno como el otro tenía los mismos defectos. Inclusive en esa noche vieron lo mismo. Se enojaron, discutieron, se hacían los mismos gestos. Y sucedió en ese momento… En el medio de la discusión… Un increíble rayo iluminó toda la isla y fue con semejante luz cuando se quedaron pasmados.
Con tanta claridad se vieron. No estaban vestidos tan parecidos ni haciendo el mismo gesto. Los rayos se siguieron uno tras otro y… Se dieron cuenta que cada vez que la luz se iba, lo que veían en la ventana del otro era el propio reflejo. Que cada vez que las nubes cubrían la luz de la luna, lo que estaban viendo era a sí mismos.
Allí, con vergüenza, con alegría y con amor, se dieron cuenta que no podían vivir detrás de sus propias ventanas. En ese momento, las abrieron, escaparon de sus habitaciones, y finalmente conocieron verdaderamente al otro. Ya no la imagen del otro o a la propia reflejada, sino al otro. Aprendieron a darse cuenta que esconderse detrás de las ventanas propias lo único que genera son peleas con nuestro propio reflejo y que no nos deja llegar a nuestra propia felicidad con la pareja.


Sergio Alonso Ramirez
Psicólogo Psicoanalista




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