17 de febrero de 2007

Espacio

- "Toma, estas semillas son para ti, así podrás jugar a tener tu propio jardín" – Le dijo su madre con una sonrisa.

Aarón tenía la cara iluminada. Por primera vez, a sus apenas 7 años, había recibido el honor de poder hacer su propio jardín. Desde hacía “mucho tiempo”, desde sus tempranos 3 años, lo reclamaba casi a diario.
Su casa no era muy lujosa, pero se encontraba en una zona rural y tenía mucho terreno. En su gran mayoría estaba cubierto por el gran jardín de la familia. Pero detrás de la casa, donde nadie veía, había quedado una gran parcela de tierra fértil sin que nadie se ocupara de ella. Desde pequeño Aarón se dedicaba a jugar con piedritas y palitos planificando una y otra vez su jardín. Era prácticamente su divertimento favorito.
Sus padres suponían que se
 trataba de un capricho de niño o simplemente de un juego pasajero. Pero su insistencia los sacó de las dudas. Con lo cual cuando llegó a sus 7 años decidieron darle sus primeras semillas y el derecho de usar dicho terreno que, por cierto, ya se lo había ganado con su esfuerzo.

No esperó nada para comenzar a plantar sus semillas y en soñar con el crecimiento de cada una de ellas.
Aarón tenía una conexión muy especial con sus plantas. Desde el comienzo les hablaba, les contaba sus cosas e intentaba sentir lo que a ellas les sucedía. Fue tan fuerte su relación con sus plantas que con el tiempo logró comunicase con ellas.
Lo que no supo de pequeño fue que no eran simplemente plantas, sino que eran árboles, y no cualquiera, sino frutales.
Sus padres pensaron que era una buena idea entregar a su hijo semillas que dieran fruto algún día. Esto no sería un producto solamente de la naturaleza sino la consecuencia del esfuerzo de su hijo.
- "Siempre es bueno poder ver el fruto de nuestros actos" – Le decía el padre a su hijo.

Aarón lo tenía todo muy pensado. A cada uno de sus árboles les había otorgado un espacio propio para el desarrollo. Como suele suceder, algunos crecieron más rápido que otros, ya que dependiendo del tipo de árbol su desarrollo se podía dar con más celeridad que otros.

Pero había uno en particular que le llamaba la atención y que le generaba preocupación. Justamente era el manzano. Mientras todos los árboles aprovechaban su espacio y su tierra para desarrollarse, crecer y dar frutos, el manzano parecía más rezagado.

Pero no sólo estaba rezagado porque su crecimiento era un poco más lento, sino también porque parecía ser que no quería crecer mucho.

Al ver esto, y quererlo tanto como a los otros, pensó que si no le daba un trato especial no sobreviviría por sí solo. Lo último que quería es que su manzano se debilitara y se lo llevará el viento o muriese. Con lo cual comenzó a darle dichos cuidados: Abono, pastillas de vitaminas para árboles y todo tipo de productos para que pudiera desarrollarse tanto como sus congéneres. Sin embargo la evolución del árbol seguía siendo no tan rápida como los otros.

Pasados unos años Aarón le pregunto al manzano qué es lo que le pasaba, y el manzano le respondió:
- Es que yo quiero mucho a los otros árboles, nacimos todos en el mismo jardín y somos como hermanos. Prefiero que ellos crezcan fuertes y sanos y que aprovechen la tierra. Yo me arreglo con las vitaminas y abonos que me das. Es que yo los quiero mucho y la verdad que no lo necesito, ¿sábes? -

Aarón se quedo un poco conmovido con la actitud del manzano y si bien era verdad que no estaba creciendo como los otros árboles, también era cierto que estaba desarrollándose correctamente.

Los años pasaron y los árboles fueron creciendo fuertes y sanos. Pero lo que también sucedió fue que sus raíces, por evolución natural, fueron ocupando todo el espacio disponible. Una vez cubierto su propio espacio las raíces comenzaron a ocupar el espacio de tierra del manzano.
El mismo se quedaba tranquilo, pensado lo bueno que era y que mientras recibiera los cuidados de Aarón no necesitaba mayor espacio. De hecho estaba seguro que por ser tan bueno recibiría su premio por generoso.
Los años pasaron, y a pesar de estar acostumbrado con los abonos que le daba Aarón, ya no hacían el efecto esperado. La naturaleza llamaba y su estructura comenzaba a dar frutos. Las manzanas ya querían comenzar a crecer en sus ramas y éstas también, al igual que todo su organismo, comenzaban a necesitar la luz del sol y los nutrientes naturales que proveía la naturaleza. El manzano estaba recibiendo el llamado de su destino. Su semilla tenía un destino, y este era convertirse en árbol, crecer y dar sus propios frutos.

Comprendía que no podía recibir más el abono de Aarón, ya que no le daba lo que necesitaba. Pero por otro lado era la única manera que había conocido como supervivencia y desarrollo.
Ahora el problema era claro, su cuerpo le pedía más, su vida le pedía más, pero… ¿Cómo hacer para encontrarlo? De repente se dio cuenta de algo, que estaba rodeado de árboles fuertes y grandes y que ellos tenían en sus venas la savia que él necesitaba. ¡Justamente él! Quien había cedido su espacio y su crecimiento por el de los demás. Y ahora, ahí se encontraba, necesitado y sin espacio ni recursos. Los otros árboles le hacían sombra y absorbían los nutrientes del suelo con mayor rapidez.

Fue en ese momento donde le pidió a sus hermanos que le dieran algo de su savia, para poder seguir creciendo. Pero los árboles se lo negaron. Ellos eran grandes y fuertes, pero también necesitaban de su savia para poder mantenerse en pie. Tampoco era fácil mantener tantas ramas, hojas, follaje, etc. Ellos, al ser más grandes, tenían que emplear mucha más energía en mantenerse en pie cuando venían las tormentas y los vientos huracanados. Sin embargo el manzano, al ser más pequeño y estar entre los mayores, se encontraba protegido contra dichas inclemencias.

El manzano estaba totalmente ofuscado y enojado. No comprendía como podía ser que el que más tenía no le daba al que más necesitaba… ¡Justamente a él!... Al que todo lo dio por sus hermanos árboles, al que todo cedió.

En ese momento de flaqueza apareció Aarón para ver la evolución del manzano y le preguntó cómo estaba. A lo cual el manzano enojadísimo le respondió:
- " Pues estoy mal y con mucha rabia. Resulta que he dado todo por los otros árboles, he sacrificado mi espacio personal, he tenido que tomar vitaminas y abono para que los demás crezcan sanos y fuertes. Y ahora que yo necesito un poco de ellos no me dan nada ¿Y es así como me lo pagan? ¿A tí te parece?" –

Aarón, que quería mucho al manzano y comprendía como se sentía, lo miró un rato largo, miró a los otros árboles y finalmente le contestó:

- Querido Manzano, yo le he dado a cada uno de ustedes un espacio propio, un lugar donde crecer, una tierra donde poder tomar nutrientes, el mismo ángulo para que obtuvieran la misma cantidad de sol. Alguno de ustedes han crecido un poco más rápido que otros, todos son árboles, pero cada uno de un tipo diferente, y cada uno da sus propios frutos. Mientras tú necesitaste ayuda, te la di. De hecho te la di todo el tiempo. Pero olvidaste algo primordial: Tú crecimiento no depende de mí, sino de ti. El que se acostumbró a usar el abono que yo le daba y las vitaminas fuiste tú. Es cierto que quizás te mimé demasiado y debí quitártelas antes. Pero también es cierto que tú te acostumbrarte a depender de mí, y no a ocupar un espacio propio. Esta zona del jardín es tuya y siempre lo fue. Si las raíces de tus hermanos están ocupando un espacio que es tuyo, no fue porque ellos se aprovecharan, sino porque tú desaprovechaste el tuyo. No se es bueno por dar lo que no se usa ni se posee, en todo caso se es bueno por brindar a alguien algo que uno sí posee y lo cede para ayudar a crecer. Si tus hermanos no te dan la savia que “tanto necesitas” es porque esa savia es algo que está en tí producir. Si ellos te dieran la savia, sería como si yo te siguiera dando las vitaminas. Has tenido más que ellos para crecer, más beneficios, pero has decidido tomar el camino más fácil, esperar que los demás nos encarguemos de ti. Pero tienes que entender que la propia naturaleza te está pidiendo que te conviertas en árbol, que generes tu propia savia, que tengas tus frutos y que crezcas para absorber la luz del sol. Ellos no te deben nada, ellos han luchado para obtener cada una de sus hojas, han utilizado los recursos que tenían a su alcance y que yo he dado. En todo caso, mientras ellos luchaban y utilizaban sus recursos veían como tú recibías todo servido por ser “especial”, ¿entiendes? –

El manzano se quedó pasmado… En ningún momento se lo había planteado así. Él en todo momento se había considerado “bueno” por dar lo que le pertenecía. Pero el discurso de Aarón cambió todo. No había sido bueno, sino… cobarde y cómodo. Era verdad, él había tenido las mismas oportunidades, y no obstante ahora seguía demandando “cuidados especiales” como algo que le correspondía.
El miedo se hizo presa de él. Nunca había dependido de él mismo, ni había tenido que preocuparse por cuidarse o cuidar de sus necesidades. Había caído en la antigua trampa de la autocompasión.
Era lógico, la dependencia durante años sólo había generado más dependencia, que él la había traducido en autocompasión y justificaciones. Pero lo cierto es que allí estaba, asustado, con miedo y de golpe… de golpe en un mundo que ya no conocía. El jardín se le hacía extraño. Los otros árboles no eran más lo que a él le convenía pensar que eran o serían. Tenía un tronco, ramas, frutos, hojas, que casi no conocía. El jardín en el cual había vivido toda su vida era ahora un territorio totalmente desconocido. Las ideas se confundían. ¿Conocía o no conocía? ¿Era bueno o no lo era? ¿Podía o no podía?
El pánico se iba apoderando de él, ya no tenía más a quien culpar por no ser quien necesitaba ser.

Agotado por el peso de sus pensamientos miró a Aarón y le dijo:

“Pero… pero… ¡¿Qué hago?! No tengo espacio en la tierra, están las raíces de los otros árboles, el sol me llega poco a las hojas, los frutos necesitan de savia, mis raíces no son tan fuertes como la de los otros, ¡¿Qué hago?! ¡¿Cómo lo hago?!” – Preguntaba el manzano desesperado y en estado de pánico.

Su mentor, aquel que puso la semilla lo miró tranquilamente y le contestó:
- Querido Manzano, ¿No te das cuenta? Lo único que tienes es miedo. Has crecido sin utilizar ninguna de tus fuerzas naturales. Imagina que en cuanto quieras crecer, lo podrás hacer igual que cualquiera del resto del jardín. Es verdad que sus raíces están en tu área de tierra fértil, pero te aseguro que las raíces son sabias y cuando las tuyas se animen a crecer las demás se moverán hacia tierras donde no tengan que batirse por los nutrientes. Absorbe el sol que te llega, aprovéchalo, toma los nutrientes que tienes en tus raíces y procésalos, haz que el proceso natural de la fotosíntesis que existe en tu organismo funcione. ¡Produce Oxígeno!
No has nacido hongo, sólo tus temores te han hecho comportar como tal. Has nacido árbol, puedes producir las manzanas más dulces, simplemente tienes que animarte a tomar lo que te corresponde del lugar que entiendes que tienes en el mundo y ser lo que realmente eres.

Mientras el manzano seguía estupefacto, y un poco escéptico, ya que nunca había producido nada en su vida, Aarón se puso de pie, levantó la mano y tomó algo de las ramas del manzano.
Cuando la mano llego al ángulo de visión del manzano, Aarón le mostró la primera manzana que había obtenido de sus ramas, le dio un mordisco y dijo: - ¿Ves? -

Sergio Alonso Ramirez
Psicólogo Psicoanalista




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