El hombre vivía solo. De alguna manera, sin que pudiera darse cuenta, su vida se había ido vaciando, poco a poco, de expectativas.
Sus días discurrían en el ir y volver del trabajo, para luego llegar a su casa y que nada le pudiera dar un poco de brillo en su existencia.
En su casa tenía un terreno y desde el ventanal de su salón se podía ver un pedazo de tierra que él pretendía llamar jardín. Éste, como su vida, no tenía grandes atractivos que despertarán sus sentimientos, sólo era un poco de césped y un triste árbol. Pero un día empezó a ver que en el mismo había hecho nido un pájaro grande, hermoso y de colores que parecían obligar a sus ojos a posarse en ellos. Su canto era como una melodía que lo invadía todo. Cada día volaba en búsqueda de alimento convirtiendo en un espectáculo admirable el despliegue grácil de sus alas en contraste con el cielo. Su presencia condujo a
otras aves más tímidas a cobrar valor y también tomar por su morada aquel espacio de césped y un árbol que ahora se antojaba diferente y hacía que el nombre "jardín" tuviese un nuevo significado.
El hombre se fue hipnotizando día a día con estas hermosas escenas. Cuando no trabaja le gustaba sentase cómodamente a ver y sentir ese jardín suyo tan lleno de vida. Las horas corrían como el viento cuando observaba aquella inmensa y deslumbrante ave.
Un día, como si de un relámpago se tratase, se dio cuenta que su jardín estaba lleno de vida, y más aún, su existencia también.
Cayó en la cuenta del sentimiento que tenía para con el pájaro. Pero no era sólo un sentimiento, también se percató que era un necesidad. Con lo cual decidió que tendría que ser para él. De a poco lo fue alimentando y el pájaro fue tomando confianza hasta llegar al punto que no le tuvo miedo al hombre.
El problema para el dueño de esa casa era que no lo podía enjaular, era muy grande, y por otro lado verlo vivir en su jardín le llenaba el corazón de sensaciones y sentimientos.
Pero aún pudiendo razonar esto, de alguna manera, comenzó a sentir que quería tenerlo todo el tiempo a su lado, ya que cuando el pájaro tomaba vuelo, él se sentía solo, no era lo mismo, él no era el mismo y se pasaba el tiempo esperándolo...
Un buen día comenzó a temer que el pájaro se escapase. Pensó que con tanta belleza y libertad podría volar allí dónde le apeteciera, podría conseguir lugares mejores, jardines más lindos, gente más amable, comida más deliciosa u otro pájaro que le invitara a hacer nido en un árbol lejano.
Con lo cual decidió cortarle un poco las alas, simplemente para que pudiera volar, pero no muy lejos.
¡Pero Claro!, no muy lejos… con que se fuera a cien metros, para él, sería lejísimos. Cada aleteo del ave le producía una angustia que le apretaba su corazón. Y cayó en la cuenta que cualquier distancia que el ave pudiese tomar sería demasiado lejos y doloroso para él.
El pájaro a su vez estaba a gusto, allí tenía su jardín, un hombre que lo amaba y elegía estar con él. Para el ave ésta era una más de sus elecciones que lo hacía más bello, como su canto, su vuelo y su plumaje.
Pero el hombre no podía permitirse semejante riesgo, pensar que se fuera su pájaro más amado, aquel que todo lo tenía, inclusive su felicidad. Y siguió cortándole las alas, para evitar que pudiese correr el riesgo de emprender el vuelo y separase de él.
Sin embargo, se justificaba a sí mismo diciendo: "No puedo dejar que vuele salvajemente y que se lastime o que alguien lo hiriese. Esto lo hago principalmente por su bien"
El ave, que amaba al hombre, y no quería verlo triste ni quería que sufriera, fue dejando a éste que le cortara de a poco sus plumas. Y así, dejó de volar. Así, dejo de ver el mundo con su perspectiva, dejó de ser visitado, dejó de brillar, dejó de cantar, se dejó… Ya no era el mismo pájaro, pero al menos estaba con el hombre.
Sin embargo él ya no estaba muy contento, el pájaro que había amado ya no era el mismo. No cantaba, no brillaba ni daba vida a su jardín. No entendía por qué, pero seguía necesitando ver a su ave. No era como antes, no le transmitía la misma felicidad pero al menos no se iría, al menos ese jardín tendría algo...
Con el tiempo, sin esa libertad que ostentaba su ave, dejó de ser lo mismo, ya no le atraía verla, estaba allí, echada en el jardín, como triste… como sin vida... Y se fue olvidando de ella como se había olvidado de tantas cosas en su vida.
Y mientras la olvidaba el tiempo pasaba, y con él las plumas, como la vida, volvieron a crecer… Y un día el ave finalmente recuperó su vuelo.
Cuando el hombre volvió de su trabajo, la vio revolotear, el cielo cobró vida con aquella ave hermosa, los pájaros volvían alrededor de ella y el jardín se iluminaba nuevamente de vida… Pero también vio como el ave se alejaba y supo en su fuero interno que esta vez era para no volver.
Emocionado ,confundido, con el corazón compungido y la cara húmeda por las lágrimas que brotaban sin control se preguntó:
¿Cómo pude dejar de ver su belleza?
¿Cómo pude arruinarla?
¿Cómo pude quitarle el derecho a volar?
Y se dio cuenta, que la belleza del pájaro radicaba en su libertad, y en su capacidad de elegir, de elegirlo, que la libertad no era una amenaza sino una forma de vida.
Sintió que no se pude tener nada bello coartándole su libertad, y que no hay nada más sincero que ser elegido por alguien que tiene la posibilidad de volar.
Sus días discurrían en el ir y volver del trabajo, para luego llegar a su casa y que nada le pudiera dar un poco de brillo en su existencia.
En su casa tenía un terreno y desde el ventanal de su salón se podía ver un pedazo de tierra que él pretendía llamar jardín. Éste, como su vida, no tenía grandes atractivos que despertarán sus sentimientos, sólo era un poco de césped y un triste árbol. Pero un día empezó a ver que en el mismo había hecho nido un pájaro grande, hermoso y de colores que parecían obligar a sus ojos a posarse en ellos. Su canto era como una melodía que lo invadía todo. Cada día volaba en búsqueda de alimento convirtiendo en un espectáculo admirable el despliegue grácil de sus alas en contraste con el cielo. Su presencia condujo a
otras aves más tímidas a cobrar valor y también tomar por su morada aquel espacio de césped y un árbol que ahora se antojaba diferente y hacía que el nombre "jardín" tuviese un nuevo significado.
El hombre se fue hipnotizando día a día con estas hermosas escenas. Cuando no trabaja le gustaba sentase cómodamente a ver y sentir ese jardín suyo tan lleno de vida. Las horas corrían como el viento cuando observaba aquella inmensa y deslumbrante ave.
Un día, como si de un relámpago se tratase, se dio cuenta que su jardín estaba lleno de vida, y más aún, su existencia también.
Cayó en la cuenta del sentimiento que tenía para con el pájaro. Pero no era sólo un sentimiento, también se percató que era un necesidad. Con lo cual decidió que tendría que ser para él. De a poco lo fue alimentando y el pájaro fue tomando confianza hasta llegar al punto que no le tuvo miedo al hombre.
El problema para el dueño de esa casa era que no lo podía enjaular, era muy grande, y por otro lado verlo vivir en su jardín le llenaba el corazón de sensaciones y sentimientos.
Pero aún pudiendo razonar esto, de alguna manera, comenzó a sentir que quería tenerlo todo el tiempo a su lado, ya que cuando el pájaro tomaba vuelo, él se sentía solo, no era lo mismo, él no era el mismo y se pasaba el tiempo esperándolo...
Un buen día comenzó a temer que el pájaro se escapase. Pensó que con tanta belleza y libertad podría volar allí dónde le apeteciera, podría conseguir lugares mejores, jardines más lindos, gente más amable, comida más deliciosa u otro pájaro que le invitara a hacer nido en un árbol lejano.
Con lo cual decidió cortarle un poco las alas, simplemente para que pudiera volar, pero no muy lejos.
¡Pero Claro!, no muy lejos… con que se fuera a cien metros, para él, sería lejísimos. Cada aleteo del ave le producía una angustia que le apretaba su corazón. Y cayó en la cuenta que cualquier distancia que el ave pudiese tomar sería demasiado lejos y doloroso para él.
El pájaro a su vez estaba a gusto, allí tenía su jardín, un hombre que lo amaba y elegía estar con él. Para el ave ésta era una más de sus elecciones que lo hacía más bello, como su canto, su vuelo y su plumaje.
Pero el hombre no podía permitirse semejante riesgo, pensar que se fuera su pájaro más amado, aquel que todo lo tenía, inclusive su felicidad. Y siguió cortándole las alas, para evitar que pudiese correr el riesgo de emprender el vuelo y separase de él.
Sin embargo, se justificaba a sí mismo diciendo: "No puedo dejar que vuele salvajemente y que se lastime o que alguien lo hiriese. Esto lo hago principalmente por su bien"
El ave, que amaba al hombre, y no quería verlo triste ni quería que sufriera, fue dejando a éste que le cortara de a poco sus plumas. Y así, dejó de volar. Así, dejo de ver el mundo con su perspectiva, dejó de ser visitado, dejó de brillar, dejó de cantar, se dejó… Ya no era el mismo pájaro, pero al menos estaba con el hombre.
Sin embargo él ya no estaba muy contento, el pájaro que había amado ya no era el mismo. No cantaba, no brillaba ni daba vida a su jardín. No entendía por qué, pero seguía necesitando ver a su ave. No era como antes, no le transmitía la misma felicidad pero al menos no se iría, al menos ese jardín tendría algo...
Con el tiempo, sin esa libertad que ostentaba su ave, dejó de ser lo mismo, ya no le atraía verla, estaba allí, echada en el jardín, como triste… como sin vida... Y se fue olvidando de ella como se había olvidado de tantas cosas en su vida.
Y mientras la olvidaba el tiempo pasaba, y con él las plumas, como la vida, volvieron a crecer… Y un día el ave finalmente recuperó su vuelo.
Cuando el hombre volvió de su trabajo, la vio revolotear, el cielo cobró vida con aquella ave hermosa, los pájaros volvían alrededor de ella y el jardín se iluminaba nuevamente de vida… Pero también vio como el ave se alejaba y supo en su fuero interno que esta vez era para no volver.
Emocionado ,confundido, con el corazón compungido y la cara húmeda por las lágrimas que brotaban sin control se preguntó:
¿Cómo pude dejar de ver su belleza?
¿Cómo pude arruinarla?
¿Cómo pude quitarle el derecho a volar?
Y se dio cuenta, que la belleza del pájaro radicaba en su libertad, y en su capacidad de elegir, de elegirlo, que la libertad no era una amenaza sino una forma de vida.
Sintió que no se pude tener nada bello coartándole su libertad, y que no hay nada más sincero que ser elegido por alguien que tiene la posibilidad de volar.
Sergio Alonso Ramirez
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