"Hay algo que debéis entender de mi forma de trabajar. Cuando me necesitáis y no me queréis, debo quedarme. Cuando me queréis, pero ya no me necesitáis, debo irme... Es un poco triste, pero es así"- película: La niñera mágica.

(Sin embargo, a pesar de mi ausencia física, me tendréis allí donde me necesiten)


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10 de noviembre de 2014

Sólo ganarás cuando hayas perdido - Sobre la falta y la castración



El otro día leía el aforismo de un colega (Ángel de Frutos) que decía: “La falta que falta”. Esta frase no es tan fácil de comprender, pero toma significado cuando la situamos en la vida cotidiana.

Hay algo que durante mucho tiempo me llamó la atención de las personas que habían caído en su vida, que venían de la humildad o que pudieron escapar de las guerras: Todos ellos habían logrado, no solo recuperarse, sostenerse, sino también crecer en diferentes niveles. Pero principalmente el económico. He estado con una familia holandesa que, a pesar de tener un buen pasar económico, guardaban todas las sobras de la comida en tappers para aprovecharla luego. U otro señor (un español que se radicó a los 3 años en Argentina) que llegó a Buenos Aires desde la provincia, de vivir en el campo, y con esfuerzo y trabajo logro tener su familia, su hogar y en una buena zona pudiéndose dar sus gustos.
Sin embargo los dos tenían un pasado, y no uno cualquiera. Willem, el señor holandés, había estado en la guerra. De pequeño había conocido la miseria, el hambre, la desesperación y de hecho cuenta que la madre los “soltaba” en la calle para que pudieran ir a buscar comida. Luego se mudó a Brasil a comenzar una vida diferente.
El otro señor, José, venía de una familia española que también había conocido la guerra civil, el hambre y la necesidad del exilio. Ya en Argentina se ubicaron en el campo, en un terreno en medio de las sierras y allí sus padres Vascos construyeron con sus propias manos y esfuerzo una casa, un hogar, un lugar donde sobrevivir, con sus animales, plantaciones y rebaño. Incluso, ellos solos,  tuvieron que hacer el camino que llevaba desde la carretera hasta la casa a fuerza de voluntad y trabajo (casi 2 kilómetros). La vida tampoco le fue fácil a José, ni para ir a la escuela a caballo o caminando en la nieve desde el campo hasta el pueblo más cercano.
Sin embargo estas personas lograron mucho en sus vidas y con cierta consistencia llamativa.

¿Qué es lo que hacía que estos hombres de pasar de lo más bajo pudieran llegar a estas “alturas”?
¿Por qué los descendientes de estos y otros tantos hombres no sólo no son capaces de crecer sino que intentan mantenerse en ese lugar que los padres les otorgaron?

Algo que se ve en muchos hijos de la “clase media” (hacia arriba) es que no logran ser “conquistadores de sus vidas” como sus padres, sino más bien es como que intentan no perder lo que ya tienen. Algo que parece interesante. Sueñan con lo que tuvieron pero suelen creer que es una cuestión meramente de suerte, el destino o las estrellas.
A veces entender algo viene de las cosas más básicas de la vida, y ésta es una de ellas, pero a la vez puede ser reveladora para algunos: Sólo podemos avanzar cuando tocamos la falta.
Me viene a la cabeza la frase de Freud cuando explica que el niño no valora la leche de la madre en su primera toma. Sólo cuando la evacua y tiene hambre, esta leche, esa teta y a lo que está unido (la madre) se resignifica. Es decir valoramos a partir de la falta.

Veamos, por ejemplo, la frase: “Sólo valoramos las cosas que perdemos”.

Es que justamente por ello las valoramos, porque a partir de que no la tenemos más sabemos lo que hemos perdido y ahora sí lo deseamos.
Dicen que la traducción real de pulsión es “querencia” que significa “lo que estuvo y ya no está”. Es decir que buscamos todo aquello que tuvimos y ahora ya no.
Ahora bien, la cuestión de la falta es algo importante en la vida de todo sujeto. A partir de encontrarse con su ser, con la miseria de su necesidad, con la paranoia de la pérdida que acosa  al organismo, es cuando el sujeto entiende que algo le puede faltar y a partir de aquí entiende que no hay “proveedores divinos”, que hay castración, que está sólo, que tiene que intentar sostenerse por sí mismo.
Esto lo vemos en la sociedad actual bajo el refrán de “ya se verá” “que la providencia me acompañe” “Dios proveerá”, o dicho de otra manera “soy un niño pequeño y mamá (o sus representantes) me va a cubrir”. Y en los actos se ven en deudas eternas, en la inconsciencia del sujeto de sí mismo como responsabilidad propia, en el llanto de quien ha perdido porque simplemente no ha parado a pensar un segundo en las… consecuencias. ¿Y qué es esto? La castración, la simbólica, la que te dice que ya no te puedes quedar con "mamita" que te va a dar la teta en cuanto lo necesites, ni que tus amigos, ni novio/a, hijos, estado, etc., van a cubrir tu falta, sino que tendrá que ser el sujeto quien tenga que tomar consciencia de la misma.

Hay sujetos que nunca han tenido la suerte de tener mala suerte. Con lo cual siempre han estado protegidos, desde lo familiar, desde lo laboral, el entorno y se han encargado principalmente, con respecto a sus ingresos, de vivir, gustos y vacaciones (“porque se lo merecen”). Como si el destino les fuera a traer algo, como que el gobierno los va a sostener, la unión europea, el FMI, dios, los ángeles guardianes, etc. Pero cuando se le interroga que han hecho con respecto a evitar una situación que podía prever dicen “es que no pensé que me iba a suceder”.

Lo interesante es que tienen razón. Quien no pasó por la falta no ha tomado consciencia de sí mismo, de que puede caer, lastimarse, del dolor y que para que no suceda tiene que haber un componente paranoide de la falta que impulsa al sujeto a intentar prever lo malo. Lamentablemente no hay palabras para enseñar esta realidad, porque es la realidad de la castración, donde el sujeto se da cuenta de su unidad como sujeto, que no es ni de mamá ni de papá, sino un sujeto que debe aprender a sostenerse y eso sólo se logra cayéndose primero.

Esto lo vemos en muchos adultos que no toman conciencia, que son irresponsables, que no pueden asumirse como individuos, “que les quema el dinero en la mano”, etc. Pero, en general, salvo excepciones, se observa sujetos que no han pasado por la falta, nunca les ha faltado, nunca han caído en la angustia de saberse solos en el mundo. Entonces aparecen las relaciones parasitarias, infantiles, sin futuro, donde una de las partes se alimenta de la otra. Y no hay palabras que remedien esto, más que la vivencia de hacerse cargo de uno mismo y verse con las manos vacías.
¿Por qué las manos vacías? Porque en general las personas en estos estados, ya sea hijos, padres, amigos, instituciones, etc. lo que sostienen es lo del otro (del “reasegurador”), no lo propio. Prefieren comportarse como niños complacientes, o incluso traviesos (dependiendo qué satisfaga a las partes), para poder renegar de esa falta.
Una negación de la misma que lo vuelve al sujeto a un período antes de la castración. Es decir, previo al principio de realidad. El sujeto no entiende que para obtener ciertas cosas hay que “cortarse un pelo” “contenerse” “aguantarse” o como decimos los psicoanalistas, castrarse, sino que quiere las cosas ahora, y supone que se las merece. Esto se llama principio de placer, satisfacerse lo antes posible. El principio de realidad implica que hay que hacer ciertos sacrificios en pos de obtener otros beneficios luego.

Y uno puede preguntarse por qué hablamos de castración y falta. Porque una va con la otra. Mientras el sujeto no se castra en el deseo de seguir siendo el falo de mamá ("ese bebé precioso") quien le rellena la falta simbólica e inconscientemente (y a veces ni eso) es el otro, la madre o todos los representantes de esa relación (hijos, hermanos, tíos, padres, estados, etc.). El sujeto es irresponsable pero con la condición que el otro le cubra lo que haya hecho.

Y aparecen las disculpas… Pero las mismas no son válidas nunca, porque una disculpa para ser real necesita de dos componentes esenciales: Arrepentimiento y reparación.
Y justamente quien no se hace cargo de su faltas (dicho de otra manera “de sus cagadas”) no va a reparar nunca nada, porque la disculpas (sin reparación) en este caso es una petición para que el otro se haga cargo y volver a repetir el goce de ser un infante completado por el otro.
Por eso sólo podemos actuar cuando aparece la angustia frente a la falta en un sujeto, porque es ahí, cuando ya no hay quien se la cubra, cuando puede intentar algo con la angustia que le produce la castración.

Una terapeuta decía algo interesante: “la comunicación en las parejas en crisis no sirven de nada”. Y tenía razón (entre otras cosas), porque no se puede hablar de algo que para uno de ellos no existen. Las palabras están muertas, como decía Nietzsche, pero toman significado para cada quien cuando le evocan lo propio. Si no existe ese propio… esa falta… de nada sirve las palabras.
Sin ti me mato… Claro que sin el otro te matas, te matas antes de mirarte en un espejo que te dice que estás incompleto y tienes que hacer algo tú por ello.
Ahora entendemos mejor la frase en toda esta gente que no quiere ni puede hacerse cargo: “La falta que falta”.
Ahora entendemos la otra Frase de Freud: “Gracias a Dios nada me ha sido fácil en la vida” (porque gracias a las dificultades se entrenó para levantarse y seguir). De ahí podemos comprender a un Humanista que aprendió lo bello de lo horrendo y no a algunos de sus seguidores que lo usan para no ver lo horrendo y encandilarse con un mundo rosa, sin falta.
La falta que falta...

Sergio Alonso Ramírez


Psicólogo Psicoanalista 

6 comentarios:

  1. De gran ayuda interior. Muchas gracias!

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  2. Hacernos cargo de nuestra falta, sea en el ambito q sea.
    Gracias Sergio!2

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  3. Sergio, una histerica no soporta la falta? Como hacer para q comience a aceptarla?

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  4. «La comunicación en las parejas en crisis no sirven de nada”. Esto es cierto.

    He mantenido largas conversaciones para presenciar después hechos opuestos, manipulaciones, mentiras. Donde no existe tesoro es necesario hablar de él. Cuando realmente existe estás en él, no hablas de él.

    Lo que importa son los actos, aprender de las experiencias y dar margen a las personas para tomar sus decisiones. Confiar en el criterio del otro, de sus capacidades, incapacidades, etc. De su personalidad en definitiva.

    He aprendido que las largas charlas sobre los libros de cada uno son sinónimo de desconfianza.

    Saludos!

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