Allí, en el campo, se encontraba el pastor. Este era un hombre que en su momento había hecho proezas en su vida, proezas para sí mismo y se había realizado como persona. Un hombre que en muchos aspectos había logrado superarse. Hoy era pastor. El hombre en sus primeros tiempos ponía todo su empeño para ser el mejor en su trabajo. Después de haber comprobado muchas cosas en su vida para sí mismo y los demás, había decidido tomar este nuevo rumbo. Un reto más para su persona y una posibilidad más para re-descubrirse en un nuevo escenario de vida.
Pero como todo en ella, el tiempo fue pasando y
lo que antes era un desafío, hoy era una rutina. Con el pasar del tiempo se fue cansando, aburriendo y olvidando ese espíritu que lo alentaba a mejorar día a día, ese que también se hace llamar deseo. Se aposentó en la comodidad de la amnesia con respecto a su meta o el origen de esta nueva elección.
Diariamente llevaba a sus ovejas a pastar, y se tumbaba a retozar al sol dedicándose a no hacer nada. Sus ovejas se dispersaban, los perros ya no hacían caso ni eran de gran ayuda. Su vida había pasado a ser algo monótono y con una sensación de dejadez en todo momento. Ya no parecía tan importante. En sus descansos diarios, o sea, su trabajo en general, se regodeaba recordando sus viejas proezas, sus avances pasados, mientas su cuerpo se ensanchaba y su cerebro se entumecía.
Un buen día el pastor vio que allí a lo lejos, en el campo de al lado a una distancia importante, apareció otro pastor, y en su aburrimiento lo observaba jornada tras jornada.
Veía que este nuevo pastor era un vago, hacía poco, estaba echado, sus ovejas se dispersaban, no era responsable. ¡Y claro! Le daba mucho odio, no podía creer que alguien fuera tan descuidado. No entendía como una persona podía tener semejante desidia por la vida. Se comparaba con aquel vago y no lo podía creer. Él, que había hecho tanto por sí mismo, él que había superado tantas etapas de su vida, que había aprendido tantas cosas, veía a esa persona allí, echada, sin hacer nada de nada, sin cuidar lo que tenía que cuidar, dejando a sus ovejas a merced de cualquier animal que las desease como almuerzo.
Así pasaron los días y semanas. Y ya era como una especie de obsesión, cada jornada no podía parar de pensar que aquel ser era un inútil, un hombre con pocos valores, con pocas ganas de realizarse en la vida.
En un momento nuestro pastor tenía que ir al pueblo y de camino se encontró con el dueño del campo de al lado. ¡El empleador de semejante inútil! El propietario del campo era un artista con mucho dinero y muy excéntrico.
Al verlo venir el pastor ya estaba preparado para comentarle que tenía un empleado que lo estaba estafando, que no servía para ese trabajo, que lo despidiese inmediatamente, que estaba tirando su dinero.
En cuanto lo encontró, comenzó la charla:
Propietario: Hola, ¿Cómo se encuentra? Hace tiempo que no nos vemos
Pastor: Bien, bien, todo bien gracias a Dios, pero…
Propietario: - interrumpiéndolo – ¿Sabe Usted? Estoy totalmente feliz con mi obra de arte, es algo descomunal, al fin lo logré.
Pastor: - mmmm… ¿Qué obra? – dijo titubeando
Propietario: ¿Cómo qué obra? ¡Pero hombre! ¿Aun no la vió?
Pastor: … eh… no… no la ví… ¿Dónde está?
Propietario: Pero, no lo puedo creer. Bueno, le contaré. En mi campo, el que se ve desde el suyo, he hecho mi mejor obra. Es gigante, ocupa tres hectáreas de largo ¡He puesto un inmenso espejo! En él, es donde la naturaleza puede reflejarse a sí misma...
Sergio Alonso Ramirez
Psicólogo Psicoanalista
Pero como todo en ella, el tiempo fue pasando y
lo que antes era un desafío, hoy era una rutina. Con el pasar del tiempo se fue cansando, aburriendo y olvidando ese espíritu que lo alentaba a mejorar día a día, ese que también se hace llamar deseo. Se aposentó en la comodidad de la amnesia con respecto a su meta o el origen de esta nueva elección.
Diariamente llevaba a sus ovejas a pastar, y se tumbaba a retozar al sol dedicándose a no hacer nada. Sus ovejas se dispersaban, los perros ya no hacían caso ni eran de gran ayuda. Su vida había pasado a ser algo monótono y con una sensación de dejadez en todo momento. Ya no parecía tan importante. En sus descansos diarios, o sea, su trabajo en general, se regodeaba recordando sus viejas proezas, sus avances pasados, mientas su cuerpo se ensanchaba y su cerebro se entumecía.
Un buen día el pastor vio que allí a lo lejos, en el campo de al lado a una distancia importante, apareció otro pastor, y en su aburrimiento lo observaba jornada tras jornada.
Veía que este nuevo pastor era un vago, hacía poco, estaba echado, sus ovejas se dispersaban, no era responsable. ¡Y claro! Le daba mucho odio, no podía creer que alguien fuera tan descuidado. No entendía como una persona podía tener semejante desidia por la vida. Se comparaba con aquel vago y no lo podía creer. Él, que había hecho tanto por sí mismo, él que había superado tantas etapas de su vida, que había aprendido tantas cosas, veía a esa persona allí, echada, sin hacer nada de nada, sin cuidar lo que tenía que cuidar, dejando a sus ovejas a merced de cualquier animal que las desease como almuerzo.
Así pasaron los días y semanas. Y ya era como una especie de obsesión, cada jornada no podía parar de pensar que aquel ser era un inútil, un hombre con pocos valores, con pocas ganas de realizarse en la vida.
En un momento nuestro pastor tenía que ir al pueblo y de camino se encontró con el dueño del campo de al lado. ¡El empleador de semejante inútil! El propietario del campo era un artista con mucho dinero y muy excéntrico.
Al verlo venir el pastor ya estaba preparado para comentarle que tenía un empleado que lo estaba estafando, que no servía para ese trabajo, que lo despidiese inmediatamente, que estaba tirando su dinero.
En cuanto lo encontró, comenzó la charla:
Propietario: Hola, ¿Cómo se encuentra? Hace tiempo que no nos vemos
Pastor: Bien, bien, todo bien gracias a Dios, pero…
Propietario: - interrumpiéndolo – ¿Sabe Usted? Estoy totalmente feliz con mi obra de arte, es algo descomunal, al fin lo logré.
Pastor: - mmmm… ¿Qué obra? – dijo titubeando
Propietario: ¿Cómo qué obra? ¡Pero hombre! ¿Aun no la vió?
Pastor: … eh… no… no la ví… ¿Dónde está?
Propietario: Pero, no lo puedo creer. Bueno, le contaré. En mi campo, el que se ve desde el suyo, he hecho mi mejor obra. Es gigante, ocupa tres hectáreas de largo ¡He puesto un inmenso espejo! En él, es donde la naturaleza puede reflejarse a sí misma...
Sergio Alonso Ramirez
Psicólogo Psicoanalista
Genial, realmente genial!
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