En la pradera, el búfalo conoció a la yegua. Se deslumbró de su color marrón claro brillando al sol, del movimiento de sus crines al trotar, de su elegancia al galopar libre con su ímpetu natural.
La yegua, más alocada y salvaje se embelezó de las palabras del búfalo, que si bien es mas osco y grandote, también es protector, más lento, observador y le gusta rumiar lo que ve y piensa.
Los dos se hicieron amigos en la pradera y se enseñaron mutuamente muchas cosas típicas de cada especie.
Un día la esbelta yegua se dio cuenta que era un animal precioso. El búfalo se lo fue enseñando de a poco. Y ella fue a una exposición de caballos. En dicha exposición fue admirada y aplaudida.
La yegua estaba embelesada, parecía ser la única que no sabía que era tan linda, tan esbelta y elegante. Le gustaba pensar que habría mucha más gente que la admiraría en la ciudad que en los pocos amigos que tenía en la pradera.
Pronto fue al hipódromo, y se percató que era muy veloz. Se llenó de premios y medallas. Orgullosa y feliz las exponía y le gustaban los flashes de las fotos. Ahora todos la miraban.
Hasta que un día se encontró con que estaba agotada, cansada y exigida.
Pero… ¿Qué podía hacer? Si no hacía todo esto no le darían cariño, ni medallas, ni premios. De golpe sería aquella yegua salvaje que nadie concia y admiraba.
Pero igual seguía cansada… Estaba excesivamente comprometida, había muchos intereses sobre ella. Y finalmente dejó de ganar. Su pelo ya no brillaba como siempre, su porte no era el mismo, su melena que tanto gustaba lucir se había vuelto pobre debido a los nervios que hacían que se le cayera. Su carácter, antes manso y dócil, se había transformado en irascible y agresivo.
Pero ella no quería volver a ser una “don nadie”.
Agobiada y muy desmejorada volvió a la pradera. Allí se encontró con sus antiguos amigos y con el búfalo. Les contó la historia completa y terminó diciendo “no sé qué pasó”.
El búfalo no tenía cara de sorpresa ni de alegría y la yegua, que esperaba el reconocimiento de todos, ya que había ganado tantos premios y medallas le dijo:
“parece que hay algunos que no son tan buenos ni lindos y que están envidiosos”
A lo que el búfalo, muy tranquilo y mirándola fijamente le dijo:
“Nosotros, no necesitamos ver medallas y copas para saber que eres hermosa, impetuosa, elegante y de formas esbeltas. Nosotros siempre lo supimos, nosotros siempre te quisimos por lo que eres.
La que necesito de esas medallas para enterarse fuiste tú. Allí fuera, en la cuidad, te quisieron por tus medallas, aquí en la pradera, te queremos por lo que siempre fuiste”.
Así, la yegua, comprendió que lo que se premió allí fuera, en la ciudad, fue la capacidad que ella tenía de conectar consigo misma, de ser lo que siempre fue y no lo que podía ganar. Que las medallas era un reconocimiento de los demás, pero por su autenticidad y cuando esta autenticidad se pierde, se pierden las medallas y uno mismo.
Saludos
Segio Alonso Ramirez
Psicólogo Psicoanalista
Es uno de los cuentos más bonitos que he leído nunca. Creo que debes de intentar publicarlos, te mantendré informado si me entero de algo. Tienen mucho fondo y son altamente reflexivos. Marc
ResponderEliminarbueno creo que este cuento es algo que siempre se relata en otros, sin embargo es muy bonito y en realidad tiene un mensaje muy importante como que los amigos siempre estan ahi cuando los necesitamos, o de que necesitamos de cosas externas para darnos cuenta de lo que podemos llegar hacer y lo que valemos.
ResponderEliminarINDHIRA GUADALUPE
Simplemente hermoso y profundo como todos los demás cuentos. Que forma tan simple de transmitir algo profundo. Gracias por su trabajo, muy bello.
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