"Hay algo que debéis entender de mi forma de trabajar. Cuando me necesitáis y no me queréis, debo quedarme. Cuando me queréis, pero ya no me necesitáis, debo irme... Es un poco triste, pero es así"- película: La niñera mágica.

(Sin embargo, a pesar de mi ausencia física, me tendréis allí donde me necesiten)


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20 de abril de 2007

El triunfo de Sigmund - Los que fracasan al triunfar


Y hoy te vi triste. Agobiada.
¿Qué será aquello que te pesa? Será ver, que a pesar de ti misma, tu realidad te demuestra algo de lo cual no creías realmente que pasaría, que no te correspondía. Y… ¡plop! ahí está.

Sí, la vida es inesperada y hasta muy engañosa. En el fondo sabemos cosas de nosotros mismos, pero nos confundimos, porque a veces estamos en campos poco fértiles y como no son los adecuados dudamos de nuestras semillas. Hasta que con nuestros pesimistas pensamientos pensamos que esas semillas ya no sirven, no son, inclusive hasta que no existen.

Pero de golpe un día llueve, y como en
la sabana africana, las semillas que no sirven, que no son, sirven y son. Y florecen y de golpe te encuentras en un jardín que no reconoces como propio, simplemente porque desacreditaste a tus semillas.

¡Y claro! Piensas: ¿Cómo las voy a cuidar? ¿Cómo las voy a regar? ¿Cuándo? Y todo esto nos supera en un momento, nos agobia, nos devuelve a esa sensación de frustración que sufrimos durante tanto tiempo en el cual pensamos que las semillas ya no servían.
Pero yo me pregunto: ¿Será el problema el jardín o nuestra incredulidad?

El olor que sentís no es el del miedo, sino el de tu propio jardín que no reconoces.

El jardín ahora floreció por fuera, es hora que alguna de esas flores crezcan por dentro y que quizás entiendas que una vez que lo hagan, uno se convierte de repente en esa persona que llegó a desacreditar o que inclusive ya es. Porque es verdad que no todo el mundo puedo verlo siempre, pero si olerlo.

Hay mucha gente que no tiene olfato. La gente que no sabe oler un jardín florido en una persona. Pero los que sí saben, aprenden jardinería, comparten, reciben, y sus flores cada día son más radiantes.

Y ahora vamos a otra cosa, que no es un cuento, o al menos mío, es un escrito de mi bienaventurado Sigmund Freud:

Los que fracasan al triunfar (explicación)

Nacemos sin conocimiento del mundo que nos rodea, que nos sirve, que no nos sirve, que es bueno, que es malo, que nos da vida y que no la quita. Nacemos desnudos de todo.
Y poco a poco papá y mamá nos visten. Nos hacen "ropas" como las que les dieron a ellos, con algunas reformas, pero con las mismas telas. Nos dan lo que tienen. Nos enseñan qué es el mundo, cómo hablar, vestir, moverse, trasladase, comportase, que sí se puede y que no.

Eso, eso es el marco de nuestro cuadro. Esos son los límites de nuestra realidad. El marco de nuestra vida son ellos. Ellos son realidad, son lo que hay, lo que existe.

Pero nacemos para cumplir lo que ellos no pudieron… Paradójico, ¿no? Si son ellos los que nos enseñan, los que queriendo y no, nos dan lo que es suyo ¿Cómo vamos a ir más lejos con las mismas armas? Y sin embargo, muchas veces se logra.
Se pasa el umbral de nuestro marco. Y de golpe, los dioses que nos dieron la vida, que nos dieron existencia y realidad, al ser ultra-pasados, tienen que dejar de ser dioses.
Que dicotomía, que momento más desagradable. Cumplir con el mandato divino para que esos Dioses se conviertan en humanos. Como el príncipe que para ser rey tiene que desbancar al padre.
¿Cómo poder no tener culpa por bajar de los cielos a semejantes creadores? ¿Cómo atreverse a obedecer ser mejor que los dioses?
¿Cómo no sentir culpa por ser más o igual que los que nos enseñaron todo?
¿Cómo no tener culpa por ello?

Y este periodo es totalmente culpógeno. ¡Pero Claro! no desde la culpa consciente, sino la inconsciente. ¿Y cómo se expresa esta culpa? Qué mejor que ver lo que le pasó al propio Sigmund Freud.

Sigmund, fue indudablemente un genio, un genio que cambió el mundo, formas de ver muchas cosas y de comprender. Su padre era un simple trabajador, un hombre que soñó toda la vida con ir a la isla de Creta. Un hombre que nunca, nunca pudo lograrlo. Su capacidad económica no se lo permitía.
Y así murió, sin su sueño hecho realidad.
Pero un día Sigmund y su hermano decidieron hacer dicho viaje. Sigmund ya era todo un científico reconocido en Europa. Pero aquel viaje era lo que su padre nunca pudo hacer. Y ya desde el comienzo se sintió mal, se caía, vomitaba en el viaje, todo le caía mal, estaba de un humor de perros y parecía que nada iba bien.
Y después de mil pesares, llegó. Y cuando lo hizo lo primero que pensó fue… Pobre papá, nunca pudo llegar.

Nos cuenta Sigmund, que en todo triunfo de este tipo, en todo triunfo sobre el marco cultural que tiene cada uno, hay una culpa a pagar, hay un fracaso de esos dioses que se convierten en humanos y de ahí el título de este texto “los que fracasan al triunfar”.

¿Y siempre es así? ¿Cuál es el desenlace?

Todos, al pasar ese umbral, si es que nos animamos y nos toca pasarlo, lo vivimos con culpa, traducida en malestares.

Otros, mas neuróticos, lo pasan, pero la culpa los puede y retroceden.

¿Y qué ejemplo te puedo dar? ¿Nunca escuchaste el estudiante que llega al último año, le faltan algunas materias para recibirse, y deja todo para seguir algo que no tiene nada que ver o no sigue nada?
¿O el estudiante que es excelente, maravilloso, y luego no ejerce en su vida?
¿O aquel que en cuanto se casa con el amor de su vida se separa al poco tiempo?

También están los que pasan este periodo de culpa, lo superan y es cuando sus dioses, se convierten en pseudo-hijos. En aquellos papá y mamá que hay que cuidar. Porque ese hijo, cruzó el marco, el umbral, y ya puede convertirse en un dios.

Como dije antes, es cuestión de agudizar el olfato para saber cómo está el jardín de los demás.

Espero que esta pequeña carta te ayude a aceptar tu jardín.

Sergio Alonso Ramirez
Psicólogo Psicoanalista


5 comentarios:

  1. Puedes dejar tu opinión aqui!!

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  2. Increíble, me terminas de abrir los ojos! Gracias!

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  3. Nadie más claro! felicitaciones!

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  4. ¡Vaya! Me cayó el veinte, yo nunca ejercí mi profesión. Terminé los estudios y me refugié en casa.
    Siempre pensé en mi madre, que a un semestre dejó los estudios profesionales para cuidarnos.
    ¡Gracias por el texto!

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