El poder suele ser una tentación muy complicada de manejar. El deportista Maradona me ha servido de ejemplo más de una vez para poder explicar esta faceta (suponiendo que aquello que se publicó es verdad, aun así nos sirve como ejemplo de algo que sucede en general con respecto al poder).
Uno de los peligros del poder es que suele ser como una suerte de enfermedad que nos lleva a una especie de realidad virtual (o locura) donde todo se desdobla.
La mayoría de la gente dice “¡ahhh noooo! ¡¡Si yo tuviera poder seguiría siendo el mismo!! No me cambiaría ni un poquito”.
Es muy lindo y muy fácil decirlo cuando no nos está pasando. Pero para explicarlo citaré a nuestro jugador de fútbol, Maradona. Pónganse un segundo en su lugar y fíjense en la gente que tiene poder a su alrededor. Los primeros que se te acercan son los buitres que quieren comer de tu poder y riqueza. Son los que justamente comenzarán a alabar todo tipo
de cosas que digas o hagas. Son los famosos “halagadores de oreja” y diferentes adjetivos según el país. Hasta ahora me dirán “sí pero yo me daría cuenta”. En general solemos juntarnos con gente que tiene una línea de pensamiento como nosotros. No solemos elegir como amistades o compañeros a la gente que está totalmente en desacuerdo. De hecho parece ser que “tener razón” es como “tener la verdad” en muchos casos. Es decir, el espejo del narcisismo es muy fuerte para todo sujeto y por otro lado ponerse en el lugar del Falo completo del otro.
Piensen que ahora esta persona tiene mucho poder, se empieza automáticamente a rodear de dichos buitres que a todo lo que diga le contestarán “¡¡sí!! ¡Fantástico! ¡Maravilloso!” ¿Cuántos aguantarían no tener la razón? ¿O no convertirse en semidioses? Dichos buitres se encargan solitos de ir apartando a quien realmente puede valorar a la persona como es. Y se da que, justamente, mientras que lo apartan van acostumbrando el oído de la persona a que todo lo que dice es genial. Llega un punto, que si la persona dice que los gatos son palomas, para esa persona ¡es así! Ya no hay nadie que le diga lo contrario, es más, casi la mitad del mundo (en este caso extremo) se lo admitirá y más aún su entorno más cercano que come y vive de dicha persona. Luego de un tiempo de este ejercicio la persona comienza a conjeturar en su mente que su palabra “hace” la realidad. Y visto desde este punto de vista, en su mundo es así… Nadie lo contradice.
Ahora imaginemos que si piensa que su palabra es la verdad, está ciego, ya no puede ver. Sólo ve lo que quiere, que es lo mismo que tener ceguera de la realidad. Pero previamente pensemos que esta persona se fue habituando a escuchar sólo lo que le gusta y esto es que siempre tiene la razón. Es este punto donde la persona se vuelve sorda. Escucha y llega a sus oídos lo que quiere y si alguien le dice lo contrario ¿Qué va a hacer? ¿Hará caso a todo el mundo que dice lo que él quiere o a ese “único/s” que seguramente se equivoca?
El poder es muy engañoso, suele empañar el juicio y en muchos casos dejar sorda y ciega a la persona. Por otro lado nos lleva a un lugar infantil perverso donde se busca la satisfacción de las pulsiones sin importar el coste que pueda tener para "el otro".
Había una jefa en una empresa que trabajé que hacía una reunión para hablar durante horas ella sola, “proponía” un montón de cosas, hablaba de “trabajar en equipo”, se llenaba la boca con frases de empresas, pero olvidaba un pequeño detalle… Una vez que terminaba de hablar daba por cerrada la reunión y no preguntaba a ninguno de sus jefes subordinados la opinión. Con la de ella bastaba y sobraba.
En muchas empresas se ve como ascienden a alguien y todo un grupo de personas automáticamente ya le hablan diferente. Comienzan a darle la razón, dicen “es que valía mucho”, cuando la semana pasada era “uno más que anda por ahí”. El poder suele meterse en nuestro ego e ir arrastrándonos hacia lugares que lo único que hacen es que vivamos en la fantasía neurótica que llegamos a la meta, que somos perfectos y que todos se equivocan si no están de acuerdo con uno mismo.
De ahí que el otro día salió en las noticias que Maradona confesó a su médico que era Dios y quizás, desde esta perspectiva, en su entorno y su mente no esté tan equivocado.
Lo que pasa es que toda locura tiene un límite llamado realidad. Y no hay mayor realidad (castración) que la muerte.
Sergio Alonso Ramirez
Psicólogo Psicoanalista
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