"Hay algo que debéis entender de mi forma de trabajar. Cuando me necesitáis y no me queréis, debo quedarme. Cuando me queréis, pero ya no me necesitáis, debo irme... Es un poco triste, pero es así"- película: La niñera mágica.

(Sin embargo, a pesar de mi ausencia física, me tendréis allí donde me necesiten)


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11 de marzo de 2015

Sin barreras, la posesión del otro.

Jorge Gomes Matheus
www.jmatheus.es
Ya desde pequeños nos toca, queramos o no, renunciar a las relaciones simbióticas con nuestras fuentes de alimento y cariño: Los padres. Poco a poco el niño tiene que ir creciendo y lo que gana en libertad lo pierde en la relación íntima, especialmente con su madre, aunque no únicamente. Es como aquella ave que de  a poco va desarrollando las alas y el coste de esa libertad es poder alejarse del nido y del lugar donde recibía la comida en su boca.
Sabemos que esta relación se corta porque la madre, en su discurso, involucra a un tercero que parece tener poder de posesión sobre ella (desde la mirada del niño): el padre. Ya el niño no es más el dueño de mamá, ni sólo “mía”, parece, muy a su pesar, que también es de otro que quiere pero a su vez es competencia. De ese que teme pero a su vez desea, papá.
Lo que en psicoanálisis llamamos castración, al menos desde las corrientes mas Lacanianas, tiene que ver con ese corte que produce “la función paterna” entre el niño y la madre y los hace dos seres diferenciados. Ya no son uno, sino que hay dos y se va perdiendo el objeto de satisfacción llamado madre. Poco a poco se va alejando, el cordón umbilical, la teta, la cama, estar en sus brazos para poder ir hacia ese mundo donde necesita de otras cuestiones para poder desempeñarse.
Es decir, el crecer implica renuncias y principalmente renunciar a que esa mujer que es de él, entendiendo que hay otro. Así, realizando dicha renuncia quedará un hueco, una frustración que abrirá la posibilidad de conformarse con otra, parecida, en algunos aspectos, a esa mamá y pudiendo ser él como papá y ocupar el lugar del hombre.
Sin embargo esta introducción es para hablar de otra cosa. Este corte, esta barrera entre el niño y su madre no siempre se sucede así y queda el sujeto apresado tanto de su madre o buscando relaciones simbióticas con las mujeres y/o el mundo. Le pide “al otro” que lo sea todo, que lo responda todo, es decir, quiere que no haya “nada” que lo separe de un “todo”. Es, como lo vamos viendo, la negación de la castración, de la separación entre el niño y madre y así reproducir escenas que lo hacen pensar como si no hubiese tal separación, es lo que llamamos goce. Si ella es mía, si ella hace lo que yo quiero, cuando yo quiero y vive hasta donde yo quiero… estoy gozando. Y gozar, es volver a esa escena donde se podía evitar algo del presente. Quizás podamos también entender desde este ángulo las relaciones de posesión
¿Qué es lo que realmente le molesta al sujeto? ¿Por qué cela incluso, a la pareja, de un pasado que ya no es?
Porque quiere que la persona amada, sea propia, como lo fue la relación con su madre en antaño. “Mamá es sólo mía y de nadie más”. Esa frase ahora se puede aplicar a la pareja, a la posesión, a que haga “todo lo que yo quiero y cómo yo quiero”. Como un niño también se enfurece y no se “castra” (aguanta) pegando y descargando con ira con ella (o quien haya elegido como objeto propio, como un hijo, etc). La/lo posee como su objeto más preciado y a la vez patológico ya que la toma no como una persona, sino como algo propio. Pero la otra parte también se queda como dicho objeto. No es necesaria la violencia del orden físico, la simbólica, la discursiva puede operar como factor de terror inclusive peor que el sometimiento físico. Lo que no se conoce se fantasea con más severidad. La violencia radica en la que el otro no pueda ser un individuo, ni que elija. Quien no elije es esclavo de quien lo hace, el amo. Se juega a nivel inconsciente las posesiones, la abolición de las barreras que separan, podemos ahora poner la fantasía de unión cómo psicótica y pensar que realmente es así: “que una persona, individuo, ajeno, no lo es”. Pero ser poseedor y poseído cumple también fantasías donde “no hay barrera”. Quizás también por eso mismo no se puede poner fin a ese tipo de relación, porque a pesar que todo dice “no”, son los propios integrantes que niegan ese “no”, ese límite que limita, que angustia pero libera.  
Pero estos no son los únicos aspectos, porque los hay de posesión, pero también los puede haber de odio frente al objeto de deseo, pero eso… es para otro escrito. Hoy nos quedamos con la negación de la barrera entre el otro y el yo… y negar esa barrera y buscar su ausencia, es la búsqueda de la simbiosis, allí donde no había separación ni había un yo ni un tú. Es la búsqueda de la psicosis.

Sergio Alonso Ramírez

Psicólogo Psicoanalista

1 comentario:

  1. Esta bueno para tomar un rumbo a un posible equilibrio, teniendo en cuenta que algunos sectores de la sociedad orientan al "Sin barreras", al "Todo se puede"... a la psicosis...

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