"Hay algo que debéis entender de mi forma de trabajar. Cuando me necesitáis y no me queréis, debo quedarme. Cuando me queréis, pero ya no me necesitáis, debo irme... Es un poco triste, pero es así"- película: La niñera mágica.

(Sin embargo, a pesar de mi ausencia física, me tendréis allí donde me necesiten)


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23 de septiembre de 2014

La Ley de la Ley – Los padres inasumibles


Hay ciertos conceptos que son difíciles de comprender a pesar de tenerlos delante todo el tiempo. Para los que no lo han vivido les cuesta imaginarlos ya que está fuera de su cadena significante (historia) y para los que lo vivieron les parece lo “normal”.
Los psicoanalistas hablamos de imagen paterna, función paterna, ley paterna, nombre del padre, etc. para referirnos a esa función que ocupa alguien y que se posiciona como esto que llamamos “padre”. Pero padre no es sólo “quien ha puesto la semillita” sino quien ocupa una función frente al hijo y como tal puede ser representada por, y en, diferentes personas. La principal función es evitar que el chico se pueda quedar en esa relación idílica y angustiante con la madre. Le prohíbe y lo
libera. Pero no es sólo esto, sino que transmite algo, una ley. Cuando el padre es “representante de la ley” le enseña al hijo “como ser”, como ajustarse al mundo así “como él mismo se ajusta”. Es decir, las normas, las leyes, rigen para hijo, pero a su vez rigen igual para quien las imparte. Ahí tenemos un padre que también está castrado en su deseo, él tampoco se quedó en la relación incestuosa con la madre, también renunció y se buscó otra. Es un padre que enseña a ser hombre, que hereda su saber, su falta, el no poderlo todo y aguantarse por ello. Es ese padre que sabe querer, prohibir, amar y castrar. Un representante del cual enamorarse al punto de poder incorporarlo vía identificación.
Sin embargo… no es lo que siempre sucede. Y mucha gente se puede preguntar ¿Cómo se puede transformar un padre “el que pone la semillita” (biológico) en ese ser imposible de asumir?
La madre, dentro del vínculo con su hijo, introduce al tercero en cuestión: El padre. Lo presenta con una mirada particular, de deseo, de miedo, de sumisión, de desprecio, de amor, etc. Ese hombre aparece mirado por los hijos según el discurso primario de la madre. Pero en los casos donde encontramos conflictos más graves con las funciones paternas es cuando el padre no aparece como un “representante” de la ley, sino como ley en sí misma.
Como una madre que se casa con un hombre 20 años mayor que ella. Ese hombre es visto por la madre como un padre. Ahora la pregunta es, sí la madre, que hasta ese momento es la única ley que conoce el hijo, ve a su marido como una autoridad, el hijo ve que la ley, a su vez tiene otra ley superior, el padre. Es como si el padre del chico es el padre de la madre. Es la ley de la ley. Se convierte así, no en un padre, sino en un ser superior, en quien condiciona la ley, quien manda, un ser tan supremo como temido y amado. Pero lo es como se lo hace a un gigante, mirándolo desde la pequeñez.
En otro caso aparece un padre, pero que es temido por la madre, que no lo vive como un compañero a su marido sino como un ogro. Donde la madre ve un ogro, el hijo ve un demonio. Por eso hablamos de la ley (el padre) de la ley (la madre). Esto deja al niño frente a una autoridad imposible de asumir, de manejar y de identificarse. Y otro tanto pasa cuando el padre remite a la madre y queda ella como ente devorador sin freno alguno.
Para entender esto lo podemos pensar como el Dios del viejo testamento, al cual se le tenía terror, se podía enojar y destruir el mundo, castigar, etc. Sólo existían formas de sumisión frente a un padre “todo poderoso”.
Es la mirada del niño a un hombre que no es atravesado por la ley, es quien la crea y la destruye si así lo desea, es invencible. Aquí encontramos los padres de la psicosis, que son figuras que no necesariamente por lo que hacen se los teme, sino por su mera posición subjetiva. No se trata sólo del acto, sino desde donde lo mira al padre y el tamaño del mismo para el chico.
Si queremos encarnarlo y comprenderlo podemos situarnos en alguna situación más o menos familiar. Imagínense en su trabajo sin su jefe presente. Se encuentran relajados, haciendo lo suyo etc. Ahora llega el jefe,  ya la posición cambia, el sujeto se cuida de lo que hace y dice, pero aun así el jefe tiene una relación con el empleado y se ven a diario. Sin embargo cada tanto, cada mucho, aparece el presidente de la empresa: todo el mundo se pone de punta en blanco, firmes, todo ordenado, cuidan la ropa, están tensos y ese hombre o mujer tiene el poder con su palabra de despedirnos si no se dice lo correcto o si comenta algo. Incluso si llega a hacer un comentario se toma como algo tremendo. Es decir que un compañero diga “tienes una arruga en la camisa”, no se recibe igual que si lo dijese el presidente de la empresa. El peso subjetivo de esa posición, de esa palabra, es tremendo.
Ahora que podemos entender esto imaginemos a los sujetos que conviven con esta autoridad. Evidentemente se sienten a su vez deseados por dicho gigante, pero nunca tendrán la posibilidad de ocupar un lugar, porque ese sujeto “es la ley” no sólo “un representante” de la misma.
Entender el lugar conceptual de las imágenes de los actores en la historia de cada sujeto es primordial para entender dónde y desde qué lugar se han ido situando en su propia vida.
Entonces, un padre, no es necesariamente quien ha aportado los genes, sino una función que a su vez tiene una medida, su ausencia o su excesiva presencia hace que dicha función no se produzca y generando una serie de conceptualizaciones de sí mismo y el mundo para el sujeto.

Sergio Alonso Ramírez

Psicólogo Psicoanalista

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