Hay ciertos conceptos que son difíciles de comprender a pesar de
tenerlos delante todo el tiempo. Para los que no lo han vivido les cuesta
imaginarlos ya que está fuera de su cadena significante (historia) y para los
que lo vivieron les parece lo “normal”.
Los psicoanalistas hablamos de imagen paterna, función paterna, ley
paterna, nombre del padre, etc. para referirnos a esa función que ocupa alguien
y que se posiciona como esto que llamamos “padre”. Pero padre no es sólo “quien
ha puesto la semillita” sino quien ocupa una función frente al hijo y como tal
puede ser representada por, y en, diferentes personas. La principal función es evitar
que el chico se pueda quedar en esa relación idílica y angustiante con la
madre. Le prohíbe y lo
libera. Pero no es sólo esto, sino que transmite algo, una ley. Cuando el padre es “representante de la ley” le enseña al hijo “como ser”, como ajustarse al mundo así “como él mismo se ajusta”. Es decir, las normas, las leyes, rigen para hijo, pero a su vez rigen igual para quien las imparte. Ahí tenemos un padre que también está castrado en su deseo, él tampoco se quedó en la relación incestuosa con la madre, también renunció y se buscó otra. Es un padre que enseña a ser hombre, que hereda su saber, su falta, el no poderlo todo y aguantarse por ello. Es ese padre que sabe querer, prohibir, amar y castrar. Un representante del cual enamorarse al punto de poder incorporarlo vía identificación.
libera. Pero no es sólo esto, sino que transmite algo, una ley. Cuando el padre es “representante de la ley” le enseña al hijo “como ser”, como ajustarse al mundo así “como él mismo se ajusta”. Es decir, las normas, las leyes, rigen para hijo, pero a su vez rigen igual para quien las imparte. Ahí tenemos un padre que también está castrado en su deseo, él tampoco se quedó en la relación incestuosa con la madre, también renunció y se buscó otra. Es un padre que enseña a ser hombre, que hereda su saber, su falta, el no poderlo todo y aguantarse por ello. Es ese padre que sabe querer, prohibir, amar y castrar. Un representante del cual enamorarse al punto de poder incorporarlo vía identificación.
Sin embargo… no es lo que siempre sucede. Y mucha gente se puede
preguntar ¿Cómo se puede transformar un padre “el que pone la semillita”
(biológico) en ese ser imposible de asumir?
La madre, dentro del vínculo con su hijo, introduce al tercero en
cuestión: El padre. Lo presenta con una mirada particular, de deseo, de miedo,
de sumisión, de desprecio, de amor, etc. Ese hombre aparece mirado por los
hijos según el discurso primario de la madre. Pero en los casos donde
encontramos conflictos más graves con las funciones paternas es cuando el padre
no aparece como un “representante” de la ley, sino como ley en sí misma.
Como una madre que se casa con un hombre 20 años
mayor que ella. Ese hombre es visto por la madre como un padre. Ahora la
pregunta es, sí la madre, que hasta ese momento es la única ley que conoce el
hijo, ve a su marido como una autoridad, el hijo ve que la ley, a su vez tiene
otra ley superior, el padre. Es como si el padre del chico es el padre de la
madre. Es la ley de la ley. Se convierte así, no en un padre, sino en un ser
superior, en quien condiciona la ley, quien manda, un ser tan supremo como
temido y amado. Pero lo es como se lo hace a un gigante, mirándolo desde la pequeñez.
En otro caso aparece un padre, pero que es temido por la madre, que no
lo vive como un compañero a su marido sino como un ogro. Donde la madre ve un
ogro, el hijo ve un demonio. Por eso hablamos de la ley (el padre) de la ley
(la madre). Esto deja al niño frente a una autoridad imposible de asumir, de manejar
y de identificarse. Y otro tanto pasa cuando el padre remite a la madre y queda
ella como ente devorador sin freno alguno.
Para entender esto lo podemos pensar como el Dios del viejo testamento,
al cual se le tenía terror, se podía enojar y destruir el mundo, castigar, etc.
Sólo existían formas de sumisión frente a un padre “todo poderoso”.
Es la mirada del niño a un hombre que no es atravesado por la ley, es
quien la crea y la destruye si así lo desea, es invencible. Aquí encontramos
los padres de la psicosis, que son figuras que no necesariamente por lo
que hacen se los teme, sino por su mera posición subjetiva. No se trata sólo
del acto, sino desde donde lo mira al padre y el tamaño del mismo para el
chico.
Si queremos encarnarlo y comprenderlo podemos situarnos en alguna
situación más o menos familiar. Imagínense en su trabajo sin su jefe presente.
Se encuentran relajados, haciendo lo suyo etc. Ahora llega el jefe, ya la posición cambia, el sujeto se cuida de
lo que hace y dice, pero aun así el jefe tiene una relación con el empleado y
se ven a diario. Sin embargo cada tanto, cada mucho, aparece el presidente de
la empresa: todo el mundo se pone de punta en blanco, firmes, todo ordenado,
cuidan la ropa, están tensos y ese hombre o mujer tiene el poder con su palabra
de despedirnos si no se dice lo correcto o si comenta algo. Incluso si llega a
hacer un comentario se toma como algo tremendo. Es decir que un compañero diga “tienes
una arruga en la camisa”, no se recibe igual que si lo dijese el presidente de
la empresa. El peso subjetivo de esa posición, de esa palabra, es tremendo.
Ahora que podemos entender esto imaginemos a los sujetos que conviven
con esta autoridad. Evidentemente se sienten a su vez deseados por dicho
gigante, pero nunca tendrán la posibilidad de ocupar un lugar, porque ese
sujeto “es la ley” no sólo “un representante” de la misma.
Entender el lugar conceptual de las imágenes de los actores en la
historia de cada sujeto es primordial para entender dónde y desde qué lugar se han
ido situando en su propia vida.
Entonces, un padre, no es necesariamente quien ha aportado los genes,
sino una función que a su vez tiene una medida, su ausencia o su excesiva
presencia hace que dicha función no se produzca y generando una serie de
conceptualizaciones de sí mismo y el mundo para el sujeto.
Sergio Alonso Ramírez
Psicólogo Psicoanalista
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