"Hay algo que debéis entender de mi forma de trabajar. Cuando me necesitáis y no me queréis, debo quedarme. Cuando me queréis, pero ya no me necesitáis, debo irme... Es un poco triste, pero es así"- película: La niñera mágica.

(Sin embargo, a pesar de mi ausencia física, me tendréis allí donde me necesiten)


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7 de enero de 2015

Títere orgulloso del inconsciente

Artista: Alexander Jansson
blog: http://alexanderjansson.blogspot.com.es/
El humano, siempre ombligo del universo, recibió tres puñetazos a su ego. Primero le dijeron que no era el centro del universo, sino que era “uno más”. En segundo lugar le dijeron que no era una raza única y especial venida de los cielos y creada por los dioses, sino que era parte de un proceso evolutivo aleatorio y que se desvió de un camino del mono, salió bien y así apareció. Y el último puñetazo lo trae el psicoanálisis cuando le dice que ni si siquiera es dueño de sus actos, sino que son deseos inconscientes justificados por el consciente.

Freud lo comienza comprobando con hechos sencillos. Luego de una hipnosis le pedía a un paciente que hiciese algo, pero que no tenía mayor lógica, como abrir un paraguas dentro de una casa. Y se encuentra con algo maravilloso: la respuesta. Ésta era una justificación más o menos sostenible de algo que no sabía ni por qué lo había hecho pero que el “yo” necesitaba apropiarse y justificar.
De ahí que los silencios, las ausencias de respuestas pre-programadas son tan valoradas en un análisis, porque es donde el sujeto se encuentra un vacío en su discurso, pero el mismo que abre la compuerta a otros.
Muchos creen que estas cuestiones son complejas de ver, sin embargo las vemos cotidianamente y no tomamos cuenta de ello, quizás la dificultad radica en que no sabemos bien cómo manejarlo o a qué responde.

El otro día aparece un programa donde ponen una pareja desnuda en una isla. Están allí para ver si se enamorarán. El primer día ella lo ve con buenos ojos, con ilusión, con posibilidades. Se deja seducir, se muestra receptiva, sus miradas tienen tonos cálidos. Por otro lado está él sintiéndose muy masculino, afortunado y con cierto orgullo de “ver” que va a pasar con aquella belleza. Él sabe que fuera de la isla no tendría tantas posibilidades, pero allí están “aislados” y él comienza a fantasearse a través de esa relación.
Sin embargo algo cambia, al día siguiente aparece otro concursante, con mejor cuerpo y más apetecible a los ojos de ella. Y se ajusta más a los cánones que tiene. Y todo cambia. Los beneplácitos de su actitud para con el primero se trasladan rápidamente al nuevo concursante y con el antiguo la seducción pasa a la indiferencia, el dejarse conquistar a atajar los infructuosos e inútiles intentos y los tonos de su mirada se tiñen de colores gélidos. Y él que tenía cierta altivez y seguridad pasa a buscarla, a competir con el otro, a no ser el deseado.

Lo interesante de todo esto son los argumentos y como el consciente intenta encontrar formas protocolares de compromiso para no decir la verdad “este me gusta más”. Ante esto aparecen discursos del tiempo, de la amistad, de los celos, de las malas intenciones, de la agresión, etc. Donde antes había un Romeo ahora hay un agresor, donde había un hombre conquistador ahora hay un machista acosador. Antes él era el hombre de su vida, ahora “bueno… es que es muy pronto”.

El yo del sujeto es una pobre instancia que debe lidiar con la realidad, con las exigencias superyóicas y las inconscientes. Ante todo eso construye aquello que le puede parecer más o menos lógico, más o menos creíble pero seguramente una mentira. De ahí que los analistas decimos que el sujeto miente, no porque sea su intención, sino porque no puede decir la verdad.
Ella se opera, adelgaza, va al gimnasio, se maquilla, lee todos los horóscopos, intenta parecer eso que le dijeron que es apetecible, se pone nerviosa frente a un hombre que le gusta, y de tan nerviosa que se pone y su puesta en acto, el otro huye. Y no puede decir su verdad “tengo miedo que no me quiera nadie”. Y como si fuese una profecía auto-cumplida se retroalimenta el circuito. Y así pasan los años de su vida, repitiendo hasta que un día, al explotar y comenzar  un análisis, puede hablar de porque nadie la va a querer y quien fue quien sintió que no la deseaba…
Lo vemos en los allegados que aseveran lo que sabemos que nunca harán y que justamente su afirmación es la mentirá en sí y que mientras siga aseverando su verdad será una farsa. El sujeto no puede admitir aquello que le impulsa, apresado en su yo, justifica, porque cuando habla, no es que se libera, si no que ahora tiene que ver qué hace con aquello que no sabía manejar de antaño. Ese hijo que no se mueve, que perversea, que no quiere hacer nada, que roba, que nunca consigue trabajo y los padres, que saben lo que hay, lo niegan, se lo niegan y se convencen que esta vez, el curso, lo hará y no se quedará con el dinero de la inscripción y mentirá. Pero ellos tampoco quieren saber de castrarse a sí mismos, de poner un límite, uno que a su vez los define a ellos y a su hijo. Y como no pueden sostenerse separados, se quedan pegados unos a otros en la ausencia de límites justificados en una parodia que ya nadie cree más que sus protagonistas.  

El que reniega de sí mismo, de sus penas, que se ajusta a un modelo prefabricado de sujeto social donde no hay problemas, donde es único pero hace lo mismo que todos, inclusive tomar las mismas pastillas para ser “iguales” y escuchar y repetirse a sí mismos que son “únicos y maravillosos”… Y luego te habla de cifras, de maravillas de la pastilla, de cursos de auto-ayuda, etc, etc… Pero no puede decir el por qué.
La sociedad actual ha colaborado y colabora mucho en no preguntar más el porqué de nada. Ahora todo vuelve a Dios, llamado genética, fármacos, herencia, agentes patógenos externos, etc., etc. Tenemos un supermercado sociológico para poder justificar cualquier cosa, para alienarnos con el contexto y para protestar contra quien queramos. Pero no encontramos lugar para poder preguntarnos qué nos pasa, no nos acostamos en un diván para poder entendernos y sabernos diferentes, quizás no tan maravillosos como le quieren vender a un ego infantil, pero sí alguien que hace algo.

Freud descubre que el consciente justifica, y la sociedad encontró un buen negocio en ello, olvidarse del 
propio sujeto como actor de su vida y de sus consecuencias.

Sergio Alonso Ramírez

Psicólogo Psicoanalista 

1 comentario:

  1. Me tomo el atrevimiento de incorporar una pequeña reflexión que vino a mi hace un tiempo: Lo paradójico en este mundo en exceso proveedor (el mundo donde habita el ideal del yo), es que intentas tenerlo todo, volviéndote así más incompleto...

    Gracias Sergio por tus aportes!!

    Eliana Cabrera Carro

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