El farsante es un personaje peculiar. Un pequeño ladrón de
lo ajeno. Le gusta actuar, copiar eso que tiene el otro para hacer como si lo
tuviese él. A hurtadillas espía lo de los demás y no se queda con el esfuerzo
del otro, sino con la mirada hipnótica y enamorada que los demás le devuelven
por el trabajo de quien observa. Y, evidentemente, él quiere también ese
reconocimiento. Pero como es un farsante no piensa discurrir los caminos que ha
hecho el otro, sino más bien lo copia, lo representa en un acto burlesco y
hasta creíble.
El otro día me comentaban la historia de uno de ellos. Es
enfermero, con algunos años por delante para su jubilación y con largas ausencias
en su trabajo. Se fue en búsqueda de reconocimientos rápidos y ficticios como
suele hacer. Sin embargo, lo que mal anda, mal acaba, y así terminan siempre
sus historias. En este caso, volvió a su trabajo. Pero su ego no le permite
admitir que es un enfermero, ni siquiera que es uno bueno, sino que tiene que
sopesar, se siente inferior frente a los médicos, a aquellos jóvenes que han
atravesado una “carrera” para poder llegar ahí y que dentro del rango de mando
están por encima de él. No se lo aguanta, le da rabia, odio y envidia.
¿El farsante se castra y se aguanta no haber hecho lo mismo
que los otros y estar en ese lugar? Pues no. Entonces el “hace como sí” fuese
médico. Pone cara de un saber que no posee y mira atentamente los informes
frente a la mirada de los pacientes. Poco entiende de los papeles frente de sí
y aun así comprendiéndolos no tiene ningún poder de decisión ni opinión sobre
ellos. Pero a él no le importa tanto todo esto, como no le importaba hacer la
carrera, lo que le interesa es una sola cosa: Que lo confundan con “el doctor”.
Y uno se puede preguntar ¿Acaso no aclara que no lo es? Por supuesto que no. No
sólo no lo hace sino que se esconde en los silencios y giros lingüísticos para que
su farsa sea lo más creíble posible. Se le ilumina la cara cuando los pacientes
se piensan que es el doctor y confunden al humilde doctor real con un enfermero. No
llega a mentir, pero su silencio valida la representación verbal de su obra
ficticia en la boca del otro.
La gente no entiende que ese médico y médica no necesitan de
todo ese despliegue para poner su saber y responsabilidad en juego. Donde el
médico cuida su economía con cautela, el farsante recomienda caros lugares
donde alimentarse, intentando, una vez más, demostrar eso que no es. Pero el
inconsciente siempre se cuela, y en su farsa no se da cuenta que está diciendo
a todas luces y en todo momento que sin toda su parafernalia de ostentación él
no tiene ninguna valía.
Se encuentra ahí, tan cerquita del mitómano… pero tanto, que
no tiene idea.
¿Qué podemos pensar del farsante en este caso? ¿Qué
satisface y por qué?
Parece que este tipo de personas lo que escenifican (tanto
hombres como mujeres) son el ideal del yo. Es decir, esa idea de sí mismos que
les gustaría alcanzar. Sin embargo la farsa aparece también en el aparato psíquico:
Sería normal querer alcanzar dicho ideal, sin embargo no lo hacen nunca ya que
ellos saben que se sostienen con hilos delirantes sobre sí
mismos y sus apetencias. Al farsante lo venció el narcisismo, como es tan
importante y magnánimo no necesita esforzarse mucho, ni estudiar, ni pasar “por
el aro” (de la castración). Es el tipo de hombre que dice “si yo quisiese
podría ser…”... Pero nunca ha querido ni sido, todo queda en el plano de la
satisfacción imaginaria.
Con esto queremos decir que se queda en posición perversa
frente a la mirada de adoración de su madre. Es el/la niño/a bonito/a y no
piensa hacer nada que denuncie que no lo es. No quiere aguantarse, joderse,
castrarse ni esforzarse. Todo eso implicaría que su mera presencia y sus
saberes actuales no son suficientes. Entonces, si no quiere pasar por el aro,
porque va en contra de su narcisismo, pero a su vez no puede aceptar que otros
lo han hecho y que encima siendo más jóvenes que él pueden tener más… ¿qué
hacer?
Dos cosas: Criticar acérrimamente al otro, envidiar para
destruir los objetos que denuncian su falta y principalmente… Hacer una farsa
intentando reproducir su obra perverso-infantil en la mirada del otro.
El farsante vive en una constante lucha con una realidad
paranoica que le viene a tocar la puerta cada dos por tres para anunciarle que
él es una mentira.
Y así transita su vida, de actuación en actuación,
esquivando aquí y allí una realidad que mira pero no quiere ver, intentando
falsearla todo el tiempo y principalmente escapando de ese espejo que le trae
la consecuencia de sus actos.
Él es un actor en la vida pero nunca el protagonista de la
propia.
Sergio Alonso Ramírez
Psicólogo Psicoanalista
El gran simulador.....el que no puede ocultar su narcisismo el que necesita alimentar su ego con la mentira cotidiana
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