Arte: Jorge Matheus web: www.jmatheus.es |
Lo vemos día a día, como vemos pasar a la gente o a las
palomas de nuestras ciudades: La desidia. Algo que suele impresionar, desde la
lógica, es cómo el sujeto tiende a hacerlo mal cuando puede hacerlo bien (y
ahorrarse problemas). Como quien dice: “bueno, por ahora está bien, dejémoslo
así”.
Lo más llamativo de esto es que aun viendo que ello luego
generará consecuencias negativas constantes durante mucho tiempo, el sujeto
tiende elegir a hacerlo lo más fácil y cómodo posible sabiendo que no está bien
logrado aquello que pretende.
Ahora la pregunta que nos podemos hacer es ¿Por qué un
sujeto hace algo que a la larga le producirá mucho más trabajo, durante más
tiempo y complicaciones? ¿Qué puede pasar por la psique de un sujeto que no
cuenta con el factor tiempo en aquello que hace?
Parece casual la cuestión, sin embargo es tan, ahora sí,
ilógica, que llama poderosamente la atención. Lo podemos poner en las miles de
empresas que hacen las cosas “más o menos” o en el ámbito individual, o incluso
como cultura con la deforestación o la producción de residuos no tratados, etc.
Todo tiene consecuencias, las facturas siempre se pagan, y a más tarde con más
intereses. Pero… esta máxima, es la más obviada/negada, así como la muerte… ¿Tendrá algo que ver?
Quizás estemos hablando no de un mal de un sujeto, sino del “mal”
del humano. Y tiene que ver con la muerte y con la perversión o, en términos freudianos,
con el principio del placer. El sujeto añora, extraña, desea volver a ese
estadío infantil donde todo era amor, deseo hacia él, ausencia de consecuencias
negativas para sus actos y principalmente, satisfacción. Se añora ganar la
Lotería “para no hacer ni preocuparse por nada”. Cuando el sujeto avanza en la
infancia se va encontrando con una castración simbólica que le indica que para
obtener cosas tendrá que hacer algo a cambio, reprimir ciertos deseos
inmediatos en pos de lograr algo a largo plazo (principio de realidad) e
incluso renuncias, pero esto implica una herida narcisística, un “no es
suficiente con mi presencia, con mi hacer, sino que hay que poner algo más en
juego”. Nos tenemos que castrar para lograr
las cosas, y quien no se castra, nada hace, simplemente goza de una
infancia perpetua con todo lo que ello implica (o mantiene aspectos de ella). Y
la castración final es la muerte, es la que marca un fin, un término, un
tiempo. Allí se acabó, no se puede esquivar, es más fuerte. De ahí el desafío
en la adolescencia a la muerte “- Je, yo puedo hasta con la muerte”. El sujeto,
en su tendencia perversa, intenta esquivar la castración, la responsabilidad o
aquello que hace que tenga que no estar satisfecho para poder complacerse aquí y
ahora.
Y empezamos a
entender el tema. El sujeto tiende a hacer las cosas “más o menos” por un
simple motivo: “porque en el momento le cuesta menos”. Bajo la misma premisa,
tiende a no pensar en las consecuencias, ya que eso implicaría pensar en la “muerte”
en tanto tiempo, en la castración y esforzarse en pos de no tener que
complicarse luego. Vamos, que el principio de placer prima sobre el principio
de realidad. O para decirlo en otros términos, le puede más los aspectos
perversos que los no perversos.
En algunos casos se logra que otros paguen las
consecuencias, pero el tema aquí es que hablamos de un mecanismo de
satisfacción que tenderá a repetirse en diferentes ámbitos. Luego, el mismo
sujeto, habituado a una forma de actuar y satisfacerse puede encontrarse, con
los años, con todas las consecuencias de aquello que dejó por la mitad y ahora
tiene dos inconvenientes, el no saber cómo realizar las cosas de diferentes y
por otro, y más complejo, con un sistema de satisfacción pulsional (goce,
perverso infantil) que le demanda lo contrario. Y aparecen los intentos de
soluciones absolutos, negaciones, etc., que llevan al sujeto por un nuevo camino
de penurias que luego deriva en el amplio abanico de síntomas que encontramos
en cualquiera (Depresiones, ansiedad, pánico, síntomas histéricos como
protección de la angustia, etc.)
Y de esta manera podemos hacer un abordaje de algo tan
simple, y tan típico en el humano, que es hacer las cosas a medias, o hacerlas
mal… Lo que no quiere saber el humano, es que siendo pequeño sí había alguien
que le arreglase sus desastres, pero no es así cuando es adulto (será,
entonces, cuestión de buscar desesperadamente a quien culpar).
El sujeto termina, como la mosca, atrapado en la tela-araña
que él mismo ha mal tejido.
Sergio Alonso Ramírez
Psicólogo Psicoanalista
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